Entre el estatuto jurídico del “hijo de puta” y la destrucción de dignidad del venezolano como objetivo del totalitarismo

por | Jul 14, 2019 | Actualidad

En las llamadas «revoluciones», más allá de lo genuino que pudieran ser o presentarse los fundamentos de sus promotores o ejecutores, o que no constituyan más que burda racionalización de agentes totalitarios para hacerse y mantenerse en el poder, muchas son las consecuencias de tales eventos disruptivos que marcan un antes y un después, sea para bien o para mal, intencionales y previstas o no, con efectos no solo en determinadas sociedades, sino en toda la humanidad.

En épocas recientes de la humanidad muchas han sido las llamadas revoluciones y tal vez pocas las verdaderas, así pues podemos entre otras mencionar la revolución norteamericana y la francesa, las denominadas revoluciones industriales, de la primera a la cuarta, y como no mencionar la auto llamada revolución cubana, la también auto referida revolución bolivariana y como no, la revolución sexual, que como se entreviese con anterioridad, puede que no todos sus efectos y consecuencias hayan de ser totalmente previstas o favorables, o por lo menos para la mayoría, allí tenemos por el ejemplo algunas de las consecuencias de la revolución francesa en la que a pesar de su inspiración en la libertad, igualdad y fraternidad desencadenó el régimen del terror que devoró buena parte de sus hijos como suele ocurrir, o como el caso de la llamada revolución cubana, cuyo único efecto verificable es el de la generación de miseria y opresión, fórmula que ha sido imitada por su sucesora bolivariana, pero no es lo que interesa a estas reflexiones analizar con detenimiento en estos momentos.

Ocurre que recientemente en labores de investigación sobre un tema que recurrentemente he tenido presente para preparar algunas presentaciones como lo es el amor, su arte y sus prácticas, y más específicamente instituciones que se presentan vinculadas con el como el matrimonio, la convivencia, el noviazgo y sus consecuencias tanto personales como patrimoniales, las prácticas y la cultura del sexo en diversas civilizaciones y comunidades, y muchos otros aspectos relacionados, encontré las obras de un interesante autor, el filósofo español Jacinto Choza, que en sus trabajos «La privatización del sexo» e «Historia de los sentimientos» (*), expone aspectos bastante interesantes poco convencionales sobre la evolución de la idea del amor y el matrimonio, y muy particularmente sobre la revolución sexual, sobre la que me permito transcribir parcialmente su contenido y que es del siguiente tenor:

«La revolución sexual de los años 60

El aspecto más vistoso de la revolución sexual de los años 60 fue la minifalda, el más práctico la píldora, y el más contundente la reforma del derecho de familia del Código Civil.

La reforma del Código Civil español es de 1981, pero las reformas paralelas en el resto de los países occidentales son de los años 60. Entonces es cuando se establecen las leyes sobre el divorcio y el aborto, entonces es cuando se suprime la diferencia entre los hijos legítimos y los ilegítimos, y entonces es cuando desaparece la impotencia como impedimento para contraer matrimonio (en los códigos civiles, aunque se mantiene en el Código de Derecho Canónico).

La clave de la revolución sexual es la eliminación de la diferencia entre los hijos legítimos y los ilegítimos, o, si se quiere, entre actividad sexual legítima y actividad sexual ilegítima. En las relaciones sexuales, la sociedad y el estado protegen a la parte más débil, que ahora resulta ser la prole, y no la mujer. Refuerzan el vínculo donde puede producirse mayor indefensión y mayor lesión de la justicia, que no es el vínculo marido–mujer sino el vínculo padres–hijos. El deber de los padres, tutelado por el derecho, es la atención a los hijos, no importa si han nacido o no de matrimonio legítimo. La relación sexual entre adultos es algo de lo que el derecho se desentiende, lo que significa una reprivatización del sexo que en cierto modo deshace lo establecido en Trento y vuelve a una situación anterior a 1563.

«Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento…», dice el artículo 14 de la Constitución española de 1978. La discriminación por razón de nacimiento era lo que convertía al hijo legítimo en ciudadano, en heredero, poseedor de apellidos, titular de todos los derechos, respetable, digno y capacitado para todas las actividades civiles, y lo que convertía al hijo ilegítimo en un individuo vergonzante, sin apellidos, sin herencia, sin capacidades para determinados cargos civiles, militares y eclesiásticos, indigno y marginado, todo lo cual se contenía en la expresión «es un hijo de puta».

«Hijo de puta», además de un insulto que data de tiempos anteriores al Quijote, es también, y antes que un insulto, un estatuto jurídico y social. La revolución sexual significa la desaparición de ese estatuto y de esa realidad. Es, en cierto modo, una respuesta a la pregunta que hacen en el Evangelio los apóstoles a Jesús: «Señor, ¿quién pecó, este o sus padres, para que naciera ciego?» No se heredan las culpas. Todos los hombres nacen iguales ante la ley. Y esta no es una de las menores importaciones que la modernidad ha tomado del Evangelio y que luego la Iglesia ha retomado de la Ilustración. La revolución sexual protege más al hijo porque a mediados del siglo XX la mujer ya no es la parte más débil de la comunidad familiar. Aunque quede mucho camino por recorrer, están igualadas en derechos a los hombres, y tienen una capacidad de ganarse la vida equivalente a la de estos. Son la mitad de la fuerza política. Y aunque eso suponga un coste en lo que a estabilidad familiar, natalidad, confort y costumbres hogareñas se refiere, no hay amante de los valores de la familia tradicional, de ninguna confesión religiosa, que esté dispuesto a apoyar la reactivación, con vigencia social, del estatuto jurídico del «hijo de puta».»

Como hemos podido observar, y más importante aún, reflexionar, la referida expresión de «hijo de puta» si bien puede ser proferida como insulto, como pretendida afrenta, nada tiene de relación con práctica sexual alguna, ni del sujeto al que se le dirige ni de su ascedencia, específicamente su madre, sino más bien de la grave situación y padecimiento que por hechos o acciones que no le son imputables o que válida y voluntariamente en tales haya incurrido, se encuentre en situación de disminución en su condición de persona, de su dignidad y su ejercicio pleno.

Incluso, bien hemos de señalar como en el caso de otras expresiones que parecerían similares, en un contexto pudieran ser consideradas soeces como la afirmación respecto de alguna dama en cuanto a su calificación de «puta», en especial si ello ocurre de modo publico; en otras, más bien, como ocurriría en la apasionada intimidad de quienes se profesan la más compenetrada fusión de cuerpos y espíritus mediante las artes amatorias en las que se ofrecen en sacrificio a Eros entre besos eternos, tal calidad de la hembra y su entrega en divino sacrificio, en especial cuando existe correspondencia y compatibilidad entre los actores, resultaría hasta un gran elogio «digno» de igual alabanza, pero ello jamás sin olvidar que tal «dignidad» en modo alguno proviene de la ejecución material, o más precisamente pudiéramos decir «corporal»  de los ofrecidos en ofrenda, sino de la absoluta voluntariedad de su entrega y más importante aún, de su completa libertad.

No deja de pasar por mi mente la provocación de formular reflexiones sobre grandes amantes, tanto caballeros como de damas, que por su entrega y procura de lujuria la «historia» ha tratado de minimizar sus aportes intentado manchar su «historial» con referencias sobre su comportamiento en tan privadas misiones, cuando en realidad tal contexto es el que eleva mucho más su esencia, sea humana o divina, real o mitológica, pasada o presente, extraña o propia. Me vienen a la mente nombres como los de Teodora, Afrodita y su nuera Psique, Hedoné, Valeria Mesalina, Clodia Metelli o Emma Bovary, y más cercano a nuestro tiempo y nuestro país, nombres como el de Blanca Vernon, así como muchos otros… Pero no nos distraigamos…  este tema será objeto de otras actividades.

Retornemos al tema grave y serio que en este momento reclama nuestra atención.

También muy recientemente (04/07/19), Michelle Bachelet, la Alta Comisionada de para los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, publicó un informe sobre la gravísima situación de los derechos humanos en Venezuela que no es otra que la previsible conclusión y consecuencia de la llamada revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI, que como todo régimen totalitario, uno de los aspectos que le son propios, es la afectación y vaciamiento de contenido de todo tipo de libertad, tanto exterior como interior, así como la fractura de la dignidad y la voluntad de los ciudadanos.

Destaca del llamado informe Bachelet, que refiere a situaciones en las que ante la general carestía de alimentos y las dificultades para su obtención, hay mujeres que han tenido que intercambiar sexo por comida.

Del fatídico catálogo de violaciones a derechos humanos en Venezuela, y del que personalmente como investigador en áreas relacionadas me permito afirmar que quedó muy corto frente a otras también graves violaciones como las verificadas contra la propiedad y el derecho de asociación. 

Ya más relacionados con el asunto que hoy analizamos, alarma enormemente aquellas violaciones vinculadas con la intimidad de la persona, con su intimidad tanto corporal como especialmente en su fuero interno, en su dignidad y voluntad, que es definitiva es el núcleo duro de la vulneración de las personas, su fuero interior, donde verdaderamente se es.

Ante el lapidario informe, que sin intención de restarle importancia hay que señalar no hace más que reiterar lo que todos sabemos ya en Venezuela y que otros organismos internacionales ya antes habían mencionado en sus  respectivos trabajos, como igual hicieran desde hace 20 años organizaciones no gubernamentales y la sociedad civil, se destaca la gran cantidad de abusos sexuales de todo tipo por parte de agentes de «cuerpos de seguridad», no solo a detenidos sino a sus familiares y allegados.

Como era de esperar, ya que ha sido y es así con todos los regímenes totalitarios, agentes y voceros del régimen no tardaron en atacar al informe, tildándolo de parcial y como también es costumbre de los despotismos, racionalizando, o intentado hacerlo, su actuación y los hechos contenidos en el informe.

Una de las reacciones que más destacan de las proferidas por el régimen fue la de una de sus agentes que ante la abominable situación presentada por el intercambio de sexo por comida, se atrevió a afirmar que «las mujeres en Venezuela son dueñas de su propio destino y cuando optan por prostituirse, como en todas partes del mundo, es porque son putas» señalando además sobre el informe que incurre en «hacer énfasis en las mujeres para sentimentalmente victimizarlas, como aconseja el discurso patriarcal ilustrado» y agregando, como también le es propio a los regímenes hezocráticos y ponerogénicos que «… hay venezolanos que aceptan denigrar el género y el gentilicio heroico aceptando y justificando de manera infundada, irrespetuosa e irresponsable que la mujer venezolana no tiene dignidad para enfrentar la guerra internacional que nos asedia».

Ya bastante hemos reflexionado sobre como en materia tan privada e íntima como la expresión sexual es algo que ha y debe quedarse en totalmente al margen de la consideraciones que puedan proferirse y que muchas veces siquiera tales expresiones podrían ser consideradas insultantes, pero en este caso específico de las proferidas por una «magistrada» y que son otro gran ejemplo del uso de la neolengua en política dictatorial constituye más bien una burla, otra afrenta no a las mujeres que tuvieron la gravosa situación de incurrir en tales actuaciones de intercambiar sexo por comida, sino a todos los venezolanos por ver una vez más mancillada nuestra dignidad  y voluntad.

Es el caso que si se ha procurado alguna clase de «prostitución» durante los 20 años desde que se instaura en Venezuela la denominada revolución bolivariana y el socialismo del siglo xxi, no es en modo alguno la del cuerpo y la del sexo, lo que a pesar de lo que podamos discutir conseguirá sus defensores, claro está que debe advertirse que en modo alguno puede justificarse la violación de la voluntad y libre determinación, sino que en el caso del régimen, es la del peor estilo, la que  se dirige a la prostitución y la corrupción de la dignidad del venezolano, la que procura desintegrar su entereza, y que lo hace de muchas maneras como todos hemos sido testigos, desde la idea de asignación de viviendas, la entrega de cajas de comida, la obligación de asistir a concentraciones politicas de la dictadora, utilizar uniformes con signos y gráficos oprobiosos, el aceptar genuflexamente órdenes despóticas disfrazadas de leyes, con sus imposturas calificativas de habilitantes, de emergencia y más recientemente «constitucionales»  y claro está, casos que pudieran referirse de «prostitución» ideológica o espiritual como sería la de consciente y voluntariamente a cambio de dinero y poder sostener el más vil de los regímenes que ha tenido Venezuela en su vida republicana.

Pese a lo grave de la situación de violación de los derechos humanos, y aclarado que en cuestiones de apreciación idiomática de expresiones como las proferidas ha de tomarse en cuenta el debido contexto, me permito concluir mis reflexiones con una frase popular latinoamericana  cuya autoría se desconoce que si bien se pronuncia a modo de chiste o broma pudiera encerrar algunas verdades, pero aquí, como en casi todas mis escrituras de este es estilo, será el propio lector quien saque sus propias, individuales e íntimas conclusiones.

«Queremos que nos gobiernen las putas, estamos cansados de que lo hagan sus hijos». 

(*) Historia de los sentimientos Jacinto Choza, Themata Sevilla 2011ISBN: 978-84-936406-3-7


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