Cuantos relatos, historias, libros y anécdotas hay sobre lo terrible, mortífero y espeluznante que es el comunismo. Desde los campos de concentración de la Unión Soviética, llamados gulags por Iosef Stalin, o los campos de “reeducación” de Mao Zedong, hasta las hambrunas que apropósito estos “lideres” provocaron a las personas que por desgracia estaban sometidos a su dictadura socialista. En tierras más cercanas, hemos oído testimonios, y hasta confesiones, de las matanzas que Ernesto “Che” Guevara, junto a los Castro realizaron contra todo aquel “reaccionario” a la revolución. En fin, mil y un horrores, es lo la lucha de clases de Marx ha dejado por el mundo, las cuales no alcanzo a relatar en estas líneas.
Toda esa maldad ocupa la mayor atención de quienes, con toda razón, temen el advenimiento del comunismo en su país; sin embargo, existe una condena mucho peor que la muerte, el hambre y el robo de las propiedades. La peor condena del socialismo es la sentencia a “existir”.
Pues resulta que cuando el totalitarismo ya se ha consolidado, luego de acabar con su propiedad –hasta la de su cuerpo–, después de haber reducido su libertad a la nada, una vez usted ya sienta miedo de abrir la boca para denunciar lo que está mal, ya cuando usted ha sido sometido a circunstancia donde solo pueda pensar en sobrevivir, donde la desesperación es lo único que pueda sentir, y ya se ha habituado a ello, es cuando comienza la verdadera sentencia.
En ese punto comienzan la gestión de la miseria, se reparten migajas de comida, todo ello gracias a la benevolencia y generosidad del gran líder por supuesto. A esa ración de miseria es a lo único que se puede aspirar, ya no tiene sentido estudiar o comenzar un emprendimiento, ya que es imposible si quiere existir bajo la igualdad socialista, porque de intentarlo puedes morir en el intento. Resulta mejor solo existir, no pensar mucho en que todo puede mejorar con un leve cambio en la tozudez del “gran líder”, no vale la pena el esfuerzo ya que el sistema está diseñado para anularlo o peor aún para detectarlo y aniquilarlo de forma ejemplarizante.
Para el sistema solo es válido existir como un vegetal inerte, esperando que algún día algo mejor caiga del cielo y mejore, aunque sea levemente, su simple y miserable existencia. Por si fuera poco, su existencia ya no es individual, sino colectiva; ello quiere decir, que usted no es sujeto de derechos, sino el titular de los “derechos” es una entidad superior: “El Pueblo”; entidad a la cual usted puede dejar de pertenecer si se le ocurre la extraordinaria idea de realizar actos distintos a la inercia, por más mínimo que sea y con ello perder los privilegios de la revolución, siendo el único de ellos la existencia.
Le recomendaba Nicolás Maquiavelo en su famosa obra “El Príncipe”, a todo aquel que quiera gobernar, y dormir como un bebe, que sus súbditos debían depender lo más que pudiesen de quien detenta el poder, para que así éstos no se les ocurriera destronarle, y sus únicas intenciones hacia éste sea la súplica o en el peor de los casos, el llanto desesperado de la clemencia. Parece que esa lección fue atendida por todos los genocidas socialistas y por ello condenan a la gente a la precaria existencia, la cual puede ser suspendida a su sola voluntad.
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